Tradición.
La sencilla canoa a remos amarrada a los juncos de la orilla, dos figuras, una junto a la otra, de cuclillas en la barrosa superficie, la mayor señala algunas marcas en el suelo y le explica algo a la mas pequeña, las huellas del carpincho se mezclan con otro tipo de marcas del terreno, pero el entrenado ojo del adulto es capaz de distinguirlas, ahora, junto a su hijo, le enseña a reconocerlas, a leer en el terreno lo que del animal puede saberse por su rastro.
La mujer deja caer el chorro de agua en el centro de la circular estructura de harina y sal, con las manos mezcla concienzudamente los ingredientes para ir dándole consistencia a la masa, las manitos de su hija, encaramada sobre una silla para poder alcanzar la zona de trabajo, imitan los movimientos de su madre con una pequeña porción de la masa recién formada, repitiendo seriamente hasta los gestos de la primera, la pequeña ansia ver cocida su propia creación, ambas sonríen, una atenta y concentrada, la otra orgullosa.
Desde el principio de los tiempos, los humanos han transmitido sus conocimientos, sean estos de la naturaleza y complejidad que sean, un innato orgullo acompaño sistemáticamente a esta actividad que tiene componentes instintivos y volitivos. Poemas, cantos, cuentos y la realidad misma han sido y son testigos o voceros del fenómeno que intelectualmente se denomina “educación”. Los padres históricamente han sido los que, en primer lugar, iniciaron el camino de la transmisión de la experiencia y el saber, ayudados por, habida cuenta de la complejidad de nuestra cultura, maestros, también de variadas características.
Desde un punto de vista que intenta ser objetivo, pero sin el amparo de un estudio seriamente elaborado, me permito una reflexión. Los padres de las grandes ciudades, al menos en las generaciones mas jóvenes, han perdido algo de ese orgullo, quizás de la motivación que tradicionalmente las personas han tenido, varias pueden ser las razones, varias las justificaciones, pero la percepción que en lo personal tengo de los chicos ahora, es que no gozan del beneficio de la enseñanza básica que los padres pueden dar, independientemente de las razones por las que esto ocurre.
La soledad, el reemplazo de la fantasía personal por la que se consume mediante los videojuegos o la televisión, la perdida de la interacción filial por las ausencias propias de la vida y la supervivencia en las grandes ciudades, ha hecho que parte de esa antigua e inherente tradición, se pierda o se relegue con las consecuencias que esto implica.
Insisto, mi punto de vista es el del observador objetivo que, sin ser padre, es capaz de percibir y comparar lo que ve y lo que ha vivido, por un lado con cierta nostalgia, propia de advertir la perdida evidente de esa importante relación entre padres e hijos; no sé, ojalá me este equivocando, como sea es una pequeña reflexión para pensar, ¿están de acuerdo?