Un fantasma en el placard.
Definitivamente estoy monotemático, es así, o mejor dejo de pensar en lo mismo, o simplemente me limito a regodearme solo de lo que escribo…
Cuando era chico, pero muy chico, dormía solo, desde que tengo memoria lo he hecho, solo que cuando uno es muy chico, el universo de la noche esta lleno de criaturas invisibles que los padres, con suma firmeza, se empeñan en convencernos que no existen, con poco o nulo éxito.
Largas las, en apariencia, horas en las que infructuosamente tratábamos de dormirnos, protegiendo las espaldas y el resto del cuerpo, de esos seres invisibles, debajo de las abrigadas sabanas, haciendo oídos sordos a los diferentes sonidos que claramente marcaban la presencia de aquellos entes que no existían y a los que, siempre según los adultos, no debíamos temer.
La ceremonia del dormir, en la que uno aprehensivamente y a sabiendas de lo que me esperaba, trataba de demorar, aunque en el fondo tenia la certeza que lo que seguiría era inevitable. Miles de historias en las que uno era el héroe, pensadas, imaginadas con el solo fin de distraer los sentidos mientras el sueño ocupaba su lugar, de manera de aislar de alguna forma los fantasmas que nos rodeaban, de nuestros sentidos de percepción, hay un fantasma en el placard.
Ahora, a mis cuarenta años, pienso que estoy en la edad que de chico quería tener para enfrentarme o en todo caso convencerme que los fantasmas de mi niñez no existían, hoy a mis cuarenta años, se positivamente que los fantasmas existen, no de la manera que los imaginaba, pero ahora como antes, hay un fantasma en el placard.
Ya no tienen una terrorífica forma imaginaria, peor aun, son muy concretos y de diferentes razas para llamarlos de alguna manera, ya el placard mencionado, no es el mueble donde coexisten las prendas de vestir y los seres imaginarios, el placard del que hablo, es ese recinto del alma donde se guardan las experiencias y los recuerdos de lo vivido. Los fantasmas de los errores pretéritos, aquellas cosas que nos avergüenzan, que hubiéramos dado cualquier cosa por no vivir, pero que dejaron una enseñanza, los fantasmas de las cosas no hechas, que con el paso del tiempo generan un arrepentimiento por decisiones que no se pueden volver a tomar, inacciones que ahora, a la luz de los años, nos resultan incomprensibles, los fantasmas de las decisiones equivocadas, aquellas decisiones que le dieron un rumbo a nuestra vida, pero por haber aprendido de los errores y no por lo acertado de lo, en su momento, elegido, los clásicos fantasmas cotidianos, las deudas, las responsabilidades, las insatisfacciones, quien de nosotros, si pensamos en nuestras noches, al menos en algunas, las menos quizás, pero presentes, es capaz de negar que hay un fantasma en el placard.
Como siempre diré, me levanto con una sonrisa, para borrarla tengo todo el día, y de echo me empeño en conservarla con bastante éxito, pero a veces, en soledad, no puedo escapar a mis propios fantasmas, el que este libre de fantasmas, que tire la primera piedra, y sigo con los plagios.
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