Algunas ideas que se me ocurrio escribir y que, inocentemente, me deje convencer que se dejaban leer, ahora, no se si se dejan leer, pero entretiene escribirlas, a su propio riesgo, padezcanme.

martes, 18 de julio de 2006

Reminiscencias.

Mientras miro el hueco dejado en mi vida y en mi cocina por la heladera, así como el espacio ahora ocupado por las pocas cosas que contenía, pienso, primero, en que poca cosa que necesito para arrancar una arenga sin sentido como esta, por otro lado, como la tecnología se ha hecho parte de nuestra vida de una manera cuasi dominante.

Dejemos de lado los extremos, la pobreza, abundante por cierto, valga la dicotomía dialéctica, en la que se carece de la mayoría si no de todas las comodidades a las que una clase media esta acostumbrada, o la riqueza, que hace que la dueña y/o dueño de una mansión, piense que una bebida fría se da en estado natural, desconociendo siquiera la ubicación geográfica de la cocina, mucho menos la existencia de una humilde heladera.

Hagamos una pequeña remembranza, no se si de las fantasías de la mayoría, pero si de las mías. Cuando pequeño, mas bien adolescente, mirando ciertas películas ambientadas en lo mejor de la época de la piratería, o leyendo libros de cruzadas, reyes, reinas, príncipes y princesas, pensaba en la sensualidad de aquella época de corsés y escotes llamativos, las ventajas de la sexualidad simple que imaginaba por entonces, llena de romanticismo, claro esta que jamás pude verlo con otros ojos que no fueran los del siglo veinte. La realidad ha sido tan distinta, pongámonos en situación, el mas noble de los caballeros era capaz de morir entre espasmos musculares, victima del tétanos, por el simple roce de una daga que no acertó una parte vital, las jornadas de viaje eran eternas y solo se recorrían distancias que a nosotros nos resultarían cortas, los caballos, a diferencia de aquellos que vemos en las películas, tenían la mala costumbre de cansarse, razón por la cual, los frenéticos galopes para apurar las distancias no se podían hacer, una verdadera desilusión.

Una escena romántica, imaginen, los hombres, el deseo por la bella doncella de apenas dieciocho años, ubíquense en su propia experiencia personal, cuantas veces hasta los dieciocho años han visitado al dentista, para conservar, siquiera limpia la dentadura, en aquella época esa noble profesión, no existía, como máximo, algún barbero experimentado podía llegar a tener la experiencia necesaria para remover alguna pieza en mal estado, por lo tanto, es muy probable que aquella bella doncella de apenas dieciocho años, careciera de buena parte de su dentadura, una sonrisa poco sensual por cierto. El agua corriente, calefones y termotanques, no existían, en el frío invierno francés, no era de lo mas común un buen baño, aun ahora, lo digo por experiencia, no lo es, así que súmenle a la imagen de la doncella de sonrisa desdentada, el acre olor de su cuerpo, que aumenta al acercarse, uno se puede imaginar corriendo las moscas para acariciarla al quitarle la ornamentada vestimenta, de todas maneras estaría plena en su perfume de buena calidad. Que nuestra princesa deseada, se rascara la cabeza, almidonada con afeites, a fin de aliviar la molesta sensación que los piojos le producían, no nos llamaría la atención, menos aun, en pleno abrazo, ver corriendo alegremente a esos pequeños insectos sobre el primoroso tocado. El vello pleno de su cuerpo, esa natural protección que la naturaleza nos ha dado, en todo su apogeo, axilas, piernas, brazos, sexo, y algún que otro lugar que no se me ocurre, salgo tan poco, quizás, al hombre de nuestra época, le daría algo de impresión. La promiscuidad de las cortes europeas, nos invitarían a participar de la mortal lotería de las enfermedades venéreas, ya que nadie aun, había siquiera descubierto la penicilina, una verdadera aventura el dejarse llevar por el pecado de la sensualidad en la Europa medieval.

Pensar todo esto, me deja en paz con mi conciencia, yo tan preocupado por la perdida de una simple heladera, cuando en momentos no tan lejanos de nuestra historia, la vida de cualquiera, desde el mas humilde de los campesinos, hasta el mas poderoso monarca, estaba plagado de lo que, desde nuestra óptica, seria un sinnúmero de incomodidades, eso sin mencionar que nuestra doncella de dieciocho años, haría por lo menos seis que habría dejado de ser doncella, es mas, podría quizás ser hasta una dama viuda.

No se si escribo esto para darme ánimos hasta que consiga un sustituto de mi ausente electrodoméstico, como sea, agradezco el poder disfrutar de la vida en esta, nuestra época, con tantas comodidades que por su cotidianeidad jamás valoramos realmente, una época en la que un dolor de cabeza no es una penosa tortura, ni hablar de un dolor de muelas, un momento en el tiempo, en que el hombre no se juega la vida al afeitarse, una época, en que la vida, ciertamente para algunos privilegiados aun, es mucho pero mucho mas fácil.

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