Mitología infantil.
Si bien de chico, por mi precoz afán por la lectura, me familiaricé con las mitologías mas interesantes y tradicionales de las viejas civilizaciones, hubo una en especial que marcaba los actos de mi infancia, no se si rica en personajes, pero por cierto, rica en seres omnipresentes, en mi imaginación o en las atemorizantes palabras de abuelos y tías.
De los mas simpáticos que existían estaba Papá Noel, ese viejito barrigón, que en las películas norteamericanas se desliza subrepticiamente por las chimeneas, para dejar los ansiados regalos de la navidad, burlando sistemáticamente la vigilancia por turnos que hacíamos entre primos, cerca del correspondiente árbol, claro, al no poseer ninguno de nosotros chimeneas, podía entrar por cualquier lado, como atraparlo así. Esperados pero menos simpáticos, seguían en mi orden de prioridades los Reyes Magos, digo menos simpáticos por que la fiaca es una constante en mi vida desde pequeño y estos señores me obligaban a proveer de comida y agua a sus camellos, a pesar que siempre discutía con mis padres que los camellos al ser del desierto y tener giba no necesitaban ninguna de las dos cosas, al menos así decían el Libro Gordo de Petete y
Claro que no todo era color de rosa en aquella época, existían seres perversos que pululaban las calles de mi barrio en busca de pequeños indefensos de quien apropiarse o ejercer su maldad, terrible.
El Hombre de la Bolsa, ser que asociaré a cada cucharada de sopa que consuma por el resto de mi vida, un anciano desdentado y patibulario que recorría las calles en busca de niños que, como yo, tenían un paladar ajeno al consomé, de todas formas este señor se ganaba la vida llevando en su saco niños que incurrían en otros tipos de faltas graves, digamos que no se especializaba únicamente en los detractores de la sopa.
El Cuco, ser amorfo, al menos para mi imaginación, que tenia la misión de asustar a los pequeños que no se comportaban correctamente, supongo que tendría una PyME con el anterior personaje habida cuenta de la similitud de sus tareas, claro, es sabido que trabajo jamás les faltaría.
Los Fantasmas, autodidactas, no necesariamente eran mencionados por nuestros mayores, en rigor de verdad, estos se empeñaban en negar su inequívoca existencia, ya que si bien nos asustaban con los que mencione primero, a estos jamás los habíamos visto u oído, pero esos fantasmas, que compartían la habitación con nosotros, si existían, al cabo los escuchábamos deambular a diario, habitando roperos, placares o simplemente debajo de la cama.
El Policía, si, no me miren así, también cumplía una misión parecida a
Parado desde mi adultez actual, sonriendo, pienso en lo rica que era mi propia mitología infantil, la más de las veces coincidente con la mis amigos y con una multitud de niños extraños que compartían conmigo los temores y las esperanzas, por esos mismos entes, que tiempos aquellos, cuanta inocencia.
Imagen obtenida de www.imaginaria.com.ar/
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