El túnel del tiempo.

Como es natural y bien sabido, según sea nuestro interlocutor, diferente será la imagen que de nosotros tenga, por miles de razones que no vienen al caso. Me conoce mucha gente en diferentes estamentos de mi vida, para la mayoría soy tan sensible como la tabla de logaritmos, para otros, los mas cercanos quizás, tendría una paradigmática sensibilidad que ciertamente no se con que o quien metaforizar.

El domingo 29 de julio del año 2007 ha sido un día especial. Yo nací y crecí en la ciudad de Ensenada, la Ensenada de Barragán, apenas a 70 km de la ciudad autónoma de Buenos Aires, ¿Por qué llamarla autónoma? Suena como si ya se atara los cordones de los zapatos sola, bien, la mencionada ciudad, relativamente pequeña, me vio nacer un 7 de diciembre del año 1965, buena cosecha por cierto, desde entonces con idas y vueltas de alguna manera he estado ligado a ella, solo que jamás volví a prestarle atención, hasta ayer.

Si bien los iconos de mi infancia más perennes en mi memoria no existen, lugares que han sido hitos de mi paso por esta tierra, aun están sobre sus cimientos, y muchos de ellos tal cual los recordaba.

El sanatorio donde los fórceps me arrancaron del vientre materno es ahora un pequeño y calido hotel de 3 estrellas, pero no dejara de ser el lugar donde apenas pude dar mi primer sollozo. La plaza principal, recién restaurada, esta prácticamente igual, aunque sus árboles un poco mas raleados en cuanto a su numero, la iglesia donde alguna vez super oir misa, si yo, la escuela, donde mi abuela paterna, portera, tenia su casa, misma que supo de mis primeros pasos. A algunas calles de ahí, la vieja estructura de chapa y madera donde vivían mis abuelos maternos, de la que solo se conserva la fachada, donde tome contacto con la naturaleza, los animales, los juegos sanos, los ambiciosos juguetes vueltos realidad por las manos de un viejo boxeador, trabajando de abuelo y artesano, los barriletes, arcos y flechas prohibidos por la autoridad paterna y permitidos en el mundo de los abuelos.

El viejo club, ya abandonado, donde se albergaba el Jardín de Infantes donde aprendí mis primeros palotes y juegos sociales, aun conservo un amigo de aquella época, amigo de esos, los de verdad; mas cerca de la casa de mis abuelos maternos, la escuela primaria y a apenas seis calles de ahí, la secundaria, lindando con el barrio que me vio crecer, a partir de los 4 años, un barrio hecho con el sudor de los que los habitarían, el orgullo de mi padre, sus primeros ladrillos.

Recorrí calles, lugares que de alguna manera habían sido parte de mi crecimiento, volví en el tiempo mientras miraba, con el sol de la mañana, esas construcciones y calles por las que un pequeño alguna vez paseo en su bicicleta, jugo con sus amigos y despacio, sin darse cuenta, se fue haciendo adulto, alejándose, al grado de, viviendo muy cerca, no haber vuelto a recorrerla durante mas de veinte años.

Sentado en la plaza principal de la pequeña ciudad que me vio nacer, a mis cuarenta y un años, deje salir alguna lagrima, no siento que haya perdido el tiempo, no me siento frustrado, solo que de repente me di cuenta que tengo toda una vida vivida encima, que han pasado muchas cosas y hay afectos que no están y a quienes no podré agradecer por haberme convertido en lo que soy, de repente, en un banco de plaza bajo el sol de una mañana dominical, fui mas que sensible, volví a ser el niño que he olvidado, y como tal, permití a un par de lagrimas abrazar el suelo de esa, mi ciudad.