Había una vez…
Esta mañana cuando posteaba mi Alegato, poco antes de las ocho de la mañana, con mi sonrisa matutina reluciente y recién puesta, pensaba reluctante en las brillantes ideas que como colofón a un día intenso escribiría para ustedes.
Cerca de las cuatro de la tarde, conciente que aun permanecería entre dos y tres horas más, los lentes ya colocados para tratar de descansar los ojos, aun ordenaba los diferentes temas que en brillante estilo, desarrollaría durante la placida noche, acompañado de mi música preferida.
La impresora no andaba con el sistema operativo que tenia, lo cual, si consideramos que ambos son nuevos, no tenia el menor sentido, mas aun, solo no lo hacia en una parte especifica de un programa especifico, pero crucial para la economía de le empresa para la que trabajo, rendido a los hechos y con el afán de conservar mi sonrisa, decidimos, con mi compañero de aventuras, cambiar el sistema operativo.
Con un artilugio casi de ciencia ficción, en poco rato esta funcionando casi a la perfección, eso si no contamos con que el video era inconfigurable, y aun con velas alrededor, no hubo forma que se dignara a reconocer a la dichosa impresora, pesa mas de 30 kilos, por lo que decidimos no patearla.
Con una sonrisa resignada y cara de que todo esta bien, volvemos a instalar artesanalmente todo de nuevo, ya iba sintiendo los estragos que las radiaciones ionizantes del monitor hacían en lo mas profundo de mi ADN, espero que sean alas lo que me crezca, la nafta que ahorraría en los desplazamientos, ahora si, con pelota dominada todo estaría bien, despido a mi compañero que cumpliría obligaciones familiares y me quedo solo al timón de una actividad totalmente creativa.
Promediando las seis de la tarde, un hilo de saliva desplazándose por la comisura del labio, dislexia franca al tratar de hablar o de escribir, procedo a dar los toques finales a la maravillosa amiga que me hice este día, claro que con el mismo éxito que al principio, pero aun conservaba la sonrisa, pasada las ocho de la noche, mientras trataba de marcar la salida del trabajo con una estampita de San Cayetano, en lugar de la tarjeta magnética, no se si era realmente una sonrisa o un rictus tetanico.
Le dije al taxista que me estaba llevando que regresara, ya que estaba recordando que había ido al trabajo, algunos eones atrás, en mi moto. Una vez sobre ella y habiendo descifrado que necesitaba encenderla para que de alguna manera se moviera, emprendí el regreso al seno de mi hogar, después claro de ver en la boleta del celular, cual era mi dirección.
Ahora, un par de horas después de mi regreso, habiendo comido algo y estando mas relajado, decido escribir como diariamente estoy haciendo, me hago cargo de la baja calidad de esto en particular, aun me cuesta distinguir el Mouse del celular, pero es un ejercicio que relaja y libera, es mas, me hace recordar que mañana debo llegar mas temprano a mi trabajo, a buscar la renuncia que garabatee sobre una bolsa de papel con residuos de media lunas, primorosamente firmada y sellada, con todito y matricula. Si solo recordara donde la deje…
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