Un Argentino suelto en… cualquier lado
Alguna vez, la vida me permitió algunos lujos, lujos que alimentaban mis habituales inquietudes, mi curiosidad. Soy uno de los tantísimos que supo caminar por las tierras brasileñas, probo el sabor de sus comidas, el calor de su gente, las bondades de su sol, de sus playas, durmió sus sentidos en el suave arrullo del alcohol y conoció las costumbres intimas de sus habitantes, algo no siempre accesible para le turista de hotel.
En otro momento de mi vida, camine las centenarias baldosas de la Plaza Mayor de Madrid, las calles cercanas al palacio real, llenándome con el exquisito timbre de las voces españolas, que vuelve tan sensuales a sus mujeres, tome caña, comí tapas, hable de fútbol, fui sudaca, fui turista, curioso, fui un ensenadense que no sabia que estaba haciendo en ese lugar, los ojos grandes como de niño.
Los pasillos del monasterio y casa real del Escorial, llenos de fantasmas de reyes pretéritos, príncipes, princesas y consortes, obras de arte decorando las paredes, el vidrio escurrido por el paso del tiempo en las también centenarias ventanas, jardines laberínticos y un abrumador y tangible peso del pasado coexistiendo con el presente, una sensación que se pegaba en la piel.
Carezco de la habilidad de Herman Hesse para hacer crónicas de viajes con valor literario, solo me siento capaz de contar mis sensaciones, mis vivencias, hace poco mas de diez años de aquella aventura, no saque fotos, pero aun conservo vividas cada una de las sensaciones.
Me quedare corto en expresiones, dejare recuerdos dormidos, pero lejos estaré de olvidar la sensación de entrar a una estación de trenes, Atocha, en pleno Madrid, con un frío que calaba los huesos, mas aun para un recién llegado del enero Argentino, en un día nublado y lluvioso, y encontrarme un jardín paradisíaco y tropical dentro de la misma estación, muy difícil de olvidar por cierto. La romántica oscuridad de las antiguas calles del casco histórico de una ciudad colonial y colonizadora, moderna y europea. Las fragancias y el marco multicolor de las prendas de vestir de los inmigrantes africanos, vendiendo sus artesanías en
Los paisajes de una Europa pequeña, con pueblos cercanos entre si, lejos de las grandes extensiones despobladas de nuestro suelo, las que no se podía dejar de comparar, el transito por una Francia sensual y perfumada, lejos de los iconos que tanto deseábamos ver, pero Francia al fin.
Bélgica, casi sin solución de continuidad, compartiendo al sur el mismo idioma de sus vecinos sin grandes paisajes destacables, sea por su propia naturaleza, o por las más de 24 horas de viaje en ómnibus y al final, el destino buscado.
Una Holanda de cuento de hadas, con casas que se comban en sus fachadas por el peso de las centurias, la sensación de apoyarse en una torre del año 1300, firme, esbelta, llena de historia. Unas ciudades pulcras, sin papeles ni mendigos, ordenadas hasta el hartazgo, con unos habitantes serios en apariencia, amables. Edificios de belleza indescriptible, de antigüedad probada, con calles y canales llenos del colorido de las flores cultivadas, los tulipanes, los suecos de madera, incomprensible pensar en su comodidad para caminar. El barrio rojo, donde mujeres de todas las razas se exhiben como en vitrinas a sus posibles clientes, comercios donde el sexo es el eje de sus ventas, la droga, legal, accesible a consumirse en samovares, en bares ambientados y claramente identificados, claramente para todos menos para mi, un instructivo tirón de orejas me anoticio de esas cualidades.
Cuantas imágenes sueltas, imágenes de costumbres diferentes, dietas difíciles de acompañar, carreras en horarios impensados para un argentino, antes que las cortinas de los negocios cayeran irremediablemente y nos dejaran sin alimentos, las calles vacías de una noche joven, fría, de semana, solo recorrida por nosotros y unos colosales policías que ciertamente daban sensación de seguridad.
Cuantas risas en español, dejadas en tierras holandesas, pero eso, será para otra oportunidad. Mis disculpas señor Hesse, hago lo que puedo.
0 Perplejos:
Publicar un comentario