Eterno.
Mar del Plata es la ciudad balnearia de más importancia en Argentina por tradición e infraestructura, millones de personas la eligen anualmente para sus vacaciones, congresos y otras actividades, en verano o invierno. Desde fines del siglo XIX se han escrito innumerables historias personales en sus calles, en la arena de sus playas, en sus frías aguas, ente el sol de algún amanecer.
El mes de febrero del año 2007, encuentra a un bullicioso grupo familiar pasando sus vacaciones en un hotel, uno más de los tantos que hay en una ciudad de eje turístico. Días de playa, noches de paseos, cosas compartidas, cada familia metida en su propio universo de relax y diversión, pero…
Promediando su octava década, los dos ancianos se desplazan despacio por las instalaciones, prolijos, educados, cariñosos. Una imagen capaz de enternecer al mas recio de los mortales, y despertar la curiosidad del resto de la concurrencia, hay cosas que jamás podrían pasar desapercibidas. El cariño que mutuamente se demuestran estas personas, no escapa a los ojos ni a la sensibilidad de nadie, la curiosidad que se despierta es proporcional al amor que, evidentemente, hay entre esos dos abuelos.
Él, un verdadero caballero, vela por la integridad de su compañera, la cuida, la guía, ve por y para ella, con delicadeza, con ternura, con un verdadero amor. Ella, no le quita los ojos de encima, con ojos enamorados acomoda el pelo o las prendas del hombre que la acompaña, esta atenta a sus movimientos, lo mima con algo para lo que las palabras no se han inventado.
Las conjeturas recorrían el hotel, la curiosidad y hasta la envidia, formaba parte de las conversaciones del resto de los pasajeros, alguien en algún momento, indefectiblemente, averiguaría. Algunos decían que se habrían conocido en un hogar de ancianos, donde habrían unido sus soledades, si parecían novios quinceañeros, más o menos en estos términos estaba el eje de las suposiciones. Finalmente alguien se animó.
El matrimonio sonriendo le explicaba a su curiosa interlocutora que estaban celebrando un aniversario de casados, en el hotel donde, alrededor de sesenta años atrás, habían pasado su luna de miel. Se amaban como el primer día, lo admitían y se les notaba, tenían sus hijos, nietos y bis nietos, tenían una vida encima, muchas idas y vueltas, dolores y alegrías compartidas y más allá del tiempo y de su historia, se cuidaban el uno al otro como una pareja de novios que recién se conoce.
A esta altura de mi propia vida pensé que el amor eterno era una utopía, un argumento de novela escrita o película de cine, pero alejado de
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